Chilpancingo, Agencia de Noticias Guerrero (ANG)., 27 de septiembre de 2025.- El sol apenas asomaba entre las montañas cuando la rutina de un hombre trabajador se apagó para siempre. Eran las seis de la mañana cuando Andrés, de 50 años de edad, salió a ganarse la vida como lo hacía cada día: distribuyendo pollo en distintos puntos de la ciudad. Su oficio, tan común y tan necesario, se convirtió en el telón de fondo de una tragedia que dejó a una familia rota y a una comunidad con el corazón encogido.
El sonido seco de los disparos rompió la calma. El cuerpo de Andrés quedó inmóvil dentro de la camioneta, recostado hacia la palanca de cambios, en el asiento del copiloto. Minutos después, sus familiares llegaron al lugar, y con lágrimas en los ojos lo reconocieron. No hubo tiempo de despedidas, solo la crudeza de un final inesperado.
La muerte no distingue oficios ni horarios. Andrés no era un político ni un empresario poderoso, era un hombre que vendía pollo para mantener a los suyos, uno de esos trabajadores que sostienen la vida cotidiana en silencio, sin reflectores, pero con el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
Lo que duele no es solo el vacío que deja, sino la forma en que la violencia se ensaña con los oficios más sencillos, con los que apenas buscan sobrevivir. Este es ya el segundo hombre asesinado vinculado a la venta y distribución de pollo en la ciudad, un oficio que debería hablar de alimento y sustento, no de sangre y miedo.
