La tarde en Chilpancingo se tiñó de plomo y de sombra. Dentro de un estacionamiento sobre la avenida Miguel Alemán, frente al Seguro Social, la vida de un hombre —vestido con una playera azul que parecía cielo detenido y un pantalón negro como presagio— se apagó de golpe.
El eco de los disparos retumbó como truenos en plena sequía, dejando en el aire un silencio espeso que cubrió a curiosos y transeúntes. Las patrullas llegaron como enjambre de luces rojas y azules, dibujando en el pavimento la estampa de la violencia que no pide permiso ni horario.
El estacionamiento, que horas antes era simple refugio de autos cansados, se convirtió en escenario de muerte, testigo mudo de un episodio más en la crónica diaria de la ciudad.
