Por Moisés Alcaraz Jiménez
No hay un número mínimo de votos para declarar válidas las elecciones del Poder Judicial. Con la votación obtenida este domingo, es más que suficiente para construir al nuevo Poder Judicial que México necesita para continuar con la transformación de la vida nacional. Fueron unas elecciones transparentes, legales y legítimas que los adversarios no pudieron descarrilar, por más que emplearon todos sus sucios recursos en ese desesperado intento.

Fue un golpe muy duro, seco, demoledor, a la derecha arcaica, subdesarrollada y chismosa que actúa en México. Así hayan sido dos o tres votantes los que acudieron a las urnas, el objetivo se logró: están sentadas las bases para hacer de México un país con justicia derivada de un auténtico estado de derecho, donde puedan florecer las libertades públicas y los derechos humanos sean una realidad expresada en desarrollo económico con bienestar social y no en privilegios para las oligarquías.
Aunque la votación haya sido mínima -obtuvieron menos votos PAN, PRI y PRD en las pasadas elecciones presidenciales- eso no le resta legitimidad a unas elecciones marcadas por lo inédito y lo novedoso, realizadas en un mar de complejidades y sin recursos suficientes para alcanzar mejores resultados. Fue una elección con los votos requeridos para dar ese enorme paso histórico que pone fin al reducto más grande de corrupción que tenía la oligarquía: el Poder Judicial, en gran parte responsable de la impunidad grosera en la que nos encontramos e impedimento de primer orden para la modernización del país.
El Poder Judicial siempre ha sido sinónimo de atraso en todos los aspectos de la vida nacional, un baluarte impenetrable de la derecha cleptómana, un coto de los poderes fácticos: delincuencia organizada, común y de cuello blanco, que habían encontrado una figura protectora en el máximo órgano impartidor de justicia, que en realidad no era tal, sino fuente de actos muy impúdicos y espacio de malévolas interpretaciones de la ley para beneficiar a verdaderos criminales.
El caso lamentable de la protección que desde la Corte se le brindó a Ricardo Salinas Pliego, es tan sólo un ejemplo de una infinidad de actos inmorales cometidos por jueces, magistrados, ministras y ministros que lesionaron el honor del Poder Judicial y lo condujeron al peor de los desprestigios. Con Norma Piña al frente, el Poder Judicial cerró a tambor batiente su etapa más gris, mediocre y desvergonzada. Fue el clímax de la corrupción y el retroceso.
Se espera un cambio profundo en la administración de justicia en México, ese es el objetivo de esta reforma. Sin embargo el enemigo sigue ahí, al acecho, con todo el dinero sucio del mundo para desplegar todo su potencial destructor con el que busca aplastar el cambio, recuperar sus indecentes privilegios y restaurar al viejo régimen de corrupción y saqueo de los bienes nacionales.
Esto no ha terminado. Vienen otras fuertes envestidas del conservadurismo, ofensivas criminales de la derecha retrógrada contra la reforma del Poder Judicial y en general contra el avance de las fuerzas progresistas de México, que deben estar atentas a lo que viene, que no son tiempos halagadores, sino escenarios de construcción de crisis artificiales de ingobernabilidad. No olvidar que tenemos en la embajada de los Estados Unidos a un halcón intervencionista, experto en actividades sucias de desestabilización. Es el personaje que las derechas apátridas esperaban como líder y guía de su actividad golpista. Tengamos presente que ese es el estado actual del conservadurismo en nuestro país, porque por la ruta democrática están de antemano derrotados.